El presidente estadounidense, Donald Trump, afirma que con su decisión de enviar a la Guardia Nacional y a los Marines, está “apagando” el fuego de las protestas en California; en realidad, lo que hace es echarle gasolina a un incendio que él inició y que ahora busca convertir en un reality por motivos que nada tienen que ver con la seguridad del país o de los estadounidenses.
Si hablamos de la proporcionalidad, son cientos de personas las que se han estado manifestando en las calles de Los Ángeles; en Dallas, Texas, no han llegado al centenar y en Nueva York, han sido decenas. Aun así, Trump ordenó el despliegue de 2 mil elementos de la Guardia Nacional; luego, de otros 2 mil y, como no lo consideró suficiente, ordenó el envío de 700 Marines de apoyo.
La única otra vez que un presidente ordenó despliegue de la Guardia Nacional fue en las protestas por la muerte, a manos de la policía, del afroestadounidense George Floyd. Y lo hizo a petición del gobierno de Minnesota. Estamos hablando de más de medio millón de manifestantes, a nivel nacional, aunque los militares fueron enviados a Minneapolis, donde se registraron las protestas más violentas.
No ocurrió ni en las protestas de 2003 por la guerra en Irak, con casi 400 mil participantes; ni en las protestas por la polémica propuesta 187 en Los Ángeles, en 1994, con unos 70 mil manifestantes que salieron a rechazar la iniciativa de negar a los inmigrantes indocumentados servicios sociales, servicios médicos y educación pública.
Menos en las protestas que el propio Trump, siendo presidente en su primer periodo, atizó y que culminaron en uno de los episodios más vergonzosos en la historia de Estados Unidos: el asalto al Capitolio. No sólo Trump no envió a la Guardia Nacional, sino que ha amnistiado a varios de los atacantes. No importaron los daños, ni las amenazas a legisladores o al entonces vicepresidente, Mike Pence.
Pero ahora, Trump “necesita” de este show. Primero, porque su popularidad estaba en picada, con los estadounidenses enojados por cómo va la economía. Apenas 44.3% aprobaba su gestión.
Las cosas tampoco le están saliendo bien en otras áreas: ni en el tema de los aranceles, con sólo un principio de acuerdo (ni siquiera un acuerdo formal) con Reino Unido, y con los expertos económicos advirtiendo de las consecuencias negativas que traen las amenazas arancelarias del mandatario.
En el tema del presupuesto fiscal, no sólo crece la oposición frente al déficit billonario que se prevé provocará el plan tal como está, sino que provocó el primer gran cisma en el gobierno de Trump, con la guerra declarada con el hoy exdirigente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), Elon Musk, con consecuencias aún por verse.
Pese a sus fanfarroneos, Trump no sólo no ha resuelto la guerra entre Rusia y Ucrania, sino que incluso ya luce fastidiado. Su discurso pasó de: “Si no paran la guerra habrá consecuencias”, a “hay que dejarlos pelear, como a los niños”. Tampoco ha logrado avances en el conflicto entre Israel y Hamas.
Así las cosas, Trump necesitaba un golpe de efecto. Hasta ahora, el tema donde siempre ha sido más fuerte es el migratorio. Fue una de las principales razones por las que fue electo.
Pero acorralar a los migrantes como lo ha hecho sólo podía tener un desenlace: protestas por una política migratoria que está asfixiando a millones de personas que llevan, en muchos casos, toda la vida aportando a la economía estadounidense, a su desarrollo.
Trump afirma que los manifestantes son “alborotadores”, “ilegales criminales”: la realidad es que la mayoría no son siquiera indocumentados, sino sus hijos, familiares con ciudadanía estadounidense hartos de que los suyos vivan con miedo. Y la inmensa mayoría han salido a manifestarse pacíficamente.
Pero el gobierno recurre a las imágenes de los manifestantes violentos, las de aquellos con banderas de México sobre vehículos incendiados, para pintar a todos como una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. Su gabinete no ha dudado en usar fotos de dudosa procedencia, sin cuestionar cómo un mexicano puede hablar árabe, o llevar bandas palestinas, por ejemplo.
Tampoco ha dudado en enfrentarse al gobernador de California, el demócrata Gavin Newsom, sentando un precedente peligroso, como suele sentarlos Trump.
Trump no está apagando ningún fuego. Está atizando uno, por motivos mucho más egoístas, mucho más personales, de los que pretende defender. Es Trump, siendo Trump.
