Y es que, en la Tierra, el esfuerzo del corazón por conservar el flujo sanguíneo y bombear la sangre a todo el organismo y contrarrestar la gravedad, le ayuda a conservar la medida y el manejo, sin embargo, en el espacio, donde no hay gravedad, el corazón se contrae.
A lo extenso de uno de aquellos estudios, la NASA mantuvo al astronauta Scott Kelly a lo largo de un año completo en la Estación Espacial Universal (ISS). Ahora, un nuevo análisis publicado en Circulation (la revista de la Agrupación Americana de Cardiología) ha comparado la prueba de resistencia de Kelly con la hazaña de Benoît Lecomte, un nadador de élite que en 2018 cruzó el mar Pacífico a nado para averiguar el efecto de la ingravidez a largo plazo en el corazón.
El agua compensa los efectos de la gravedad
Lecomte, por su lado, nadó a lo largo de 159 días -del 5 de junio al 11 de noviembre de 2018- y recorrió 1.753 millas, a una media de casi 6 horas cotidianas, sin embargo el esfuerzo no evitó que su corazón se encogiera y se debilitara.
La investigación comparativo reveló que en sus pruebas tanto Kelly como Lecomte perdieron masa de sus ventrículos izquierdos (Kelly 0,74 gramos/semana; Lecomte 0,72) y los dos padecieron un bajón inicial del diámetro diastólico del ventrículo izquierdo de su corazón (el de Kelly bajó de 5,3 a 4,6 centímetros; el de Lecomte se disminuyó de 5 a 4,7 cm).
¿Cómo responde el cuerpo humano a situaciones extremas?
Ni siquiera las etapas más sostenidos de ejercicio de baja magnitud fueron suficientes para contrarrestar los efectos de la ingravidez prolongada.
Sea como sea, el análisis corroboró que el corazón es de forma notable plástico y responde en especial a la gravedad o a su ausencia empero ha sido una sorpresa ver que «inclusive las etapas radicalmente largos de ejercicio de baja magnitud no impiden que el músculo cardíaco se disminuya», ha explicado Benjamin D.
